7/1/18

Oración del 9 de febrero

Coronel Bernardo Reyes, padre de Alfonso Reyes

     A sus 23 años, Alfonso Reyes ya se había consagrado. Vivía en París y era parte de la avanzada intelectual de la época, no cualquier época. El 9 de febrero de 1913 muere su padre, coronel Bernardo Reyes, asesinado en medio del incontenible huracaán de la Revolución Mexicana. Siempre habrá que volver al texto que escribe Reyes, en la Argentina, en 1930: Oración del 9 de febrero. Acá, las palabras finales de dicho texto.

"¿Dónde hemos hallado el airón de esa barba rubia, los ojos zarcos y el ceño poderoso? Las cejas pobladas de hidalgo viejo, la mirada de certero aguilucho que cobra sus piezas en el aire, la risa de conciencia sin tacha y la carcajada sin miedo. La bota fuerte con el cascabel del acicate, y el repiqueteo del sable en la cadena. Aire entre apolíneo y jupiterino, según que la expresión se derrame por la serenidad de la paz o se anude toda en el temido entrecejo. Allí, entre los dos ojos; allí, donde botó la lanza enemiga; allí se encuentran la poesía y la acción en dosis explosivas. Desde allí dispara sus flechas una voluntad que tiene sustancia de canción. Todo eso lo hemos hallado seguramente en la idea: en la Idea del héroe, del Guerrero, del Romántico, del Caballero Andante, del Poeta de Caballería. Porque todo en su aspecto y en sus maneras, parecía la encarnación de un dechado.
Tronaron otra vez los cañones. Y resucitado el instinto de la soldadesca, la guardia misma rompió la prisión. ¿Qué haría el Romántico? ¿Qué haría, oh, cielos, pase lo que pase y caiga quien caiga (¡y qué mexicano verdadero dejaría de entenderlo!) sino saltar sobre el caballo otra vez y ponerse al frente de la aventura, único sitio del Poeta? Aquí morí yo y volví a nacer, y el que quiera saber quién soy que lo pregunte a los hados de Febrero. Todo lo que salga de mí, en bien o en mal, será imputable a ese amargo día.
Cuando la ametralladora acabó de vaciar su entraña, entre el montón de hombres y de caballos, a media plaza y frente a la puerta de Palacio, en una mañana de domingo, el mayor romántico mexicano había muerto.
Una ancha, generosa sonrisa se le había quedado viva en el rostro: la última yerba que no pisó el caballo de Atila -la espiga solitaria, oh Heme que se le olvidó al segador."
Buenos Aires, 9 de febrero de 1930.
20 de agosto de 1930, el día en que había de cumplir sus ochenta años.

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