La creación de un mito
A Alfonso Reyes y Martín Luis Guzmán se les atribuye el haber iniciado la crítica de cine en español. Uno de sus primeros motivos para escribir fue el gran artista del siglo XX. Para la muestra, este botón.
Habíamos anunciado que Charlot, rebasando el campo
del cinematógrafo, saldría a la vida trocado en nuevo tipo
cómico tan consistente como Pierrot. Y ¿quién no recuerda
el Charlot del Carnaval? ¿Quién no ha visto los Charlots
que se vendían en la feria de San Juan? ¿Y en el teatro de
variedades del Retiro, el Charlot del restaurante acrobático?
¿Y en el circo de Atocha, el excelente Charlot de los trapecios?
¿Y, en los toros, el Charlot torero? Y véase cómo, en
distintas aplicaciones, se saca partido de cada uno de los
atributos del nuevo ente mitológico, del sombrero y del bastoncillo,
del traje y aún las botas. Por las calles, en las paredes,
vense Charlots toscamente pintados. Héroe impertinente
de la risa, su recuerdo se asocia al de dos o tres gestos
fundamentales: un saludo, un golpe y un salto. Chaplin ha
logrado una de las invenciones más sutiles: ha inventado el frisson nouveau. Y ya para siempre, como emblema de
la sensibilidad popular de nuestro tiempo, Charlot piruetea,
piruetea “más serio que un enterrador”. Señálese la hora
para el día en que se reduzcan todos los espectáculos públicos
(el circo, las “variedades”) a evoluciones de temas,
como se ha hecho ya con el teatro; señálese la hora en que
Charlot aparece, primera influencia palmaria del cinematógrafo en la vida, imprimiendo un nuevo, diminuto temblor
en el desarrollo de las cosas humanas.
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